
Nuestro mundo está deteriorado. Por todas partes se oyen los desastres ecológicos y económicos, es decir, humanos: los trastornos climáticos, la aterradora disminución de la biodiversidad vegetal y animal, las múltiples formas de contaminación y la degradación de lo que todavía nos atrevemos a llamar “elementos naturales”. Pero también, y sobre todo, el aumento alarmante de las desigualdades sociales y urbanas, y más aún, la ligereza, e incluso el cinismo consciente de algunos dirigentes de grandes Estados: estamos sumidos en la intranquilidad. ¿Es posible todavía habitar este mundo? ¿Pero dónde? ¿Cómo? Necesitamos nuevos mundos, pues los marcos tradicionales de nuestras existencias se alejan brutalmente.